viernes, 24 de enero de 2014

DINERO RIQUEZA Y POBREZA EN LA ERA DE ACUARIO POR EL MAESTRO OMRAAM MIKHAËL AÏVANHOV



22 de Marzo de 1962
EL ORO Y LA LUZ
El dinero no es la causa de todo tipo de seducciones como se cree en general. Una parte del hombre, encuentra a través del dinero el medio de expresar sus apetencias. Suprimid el dinero, poned cualquier cosa en su lugar, en tanto el hombre esté lleno de debilidades, de deseos inferiores, de pasiones, cualquier cosa que hagáis, obtendréis el mismo resultado. No es pues el dinero el culpable, sino el hombre que no está iluminado y que no sabe cómo tratarlo, cómo servirse de él, ni por qué razón y con qué fin. El dinero, en sí, no es ni bueno ni malo, es neutro. Es un medio formidable en las manos de cualquiera, esto es seguro, y por tanto da la posibilidad de destruir a la gente o bien de salvarla. La cuestión está pues en saber cómo considerar el dinero ... Es un medio formidablemente poderoso, porque los humanos le han dado un valor; pero un buen día pueden quitarle este valor, darlo a cualquier otra cosa, y empezará la misma historia, las mismas tragedias, las mismas seducciones, los mismos subidas... ¡ O las mismas caídas! Puesto que los humanos han dado valor al dinero y este valor permite la satisfacción de una cantidad de necesidades, todos se concentran en este medio para procurarse aquello que necesitan; es normal, es natural. Solamente que por lo menos hay que saber cómo considerar el dinero. Cuántas veces os lo he dicho: tomad el dinero, metedlo en la caja fuerte o en vuestro bolsillo, ¡pero jamás en vuestra cabeza! Porque es como una cortina, como una pantalla opaca que os impedirá ver con claridad. Si os lo ponéis ante vuestros ojos como un ideal a alcanzar a cualquier precio, si os lo metéis en vuestra cabeza como un guía, os dará malos consejos y os perderéis ; no veréis jamás las buenas cualidades de los humanos, no seréis ni delicados, ni generosos, ni indulgentes, os volveréis duros, implacables, crueles. Pero no tener dinero, tampoco es bueno. Algunos, para ser espiritualistas, han querido vivir en la miseria y se han convertido en una carga para la sociedad, gente inútil, ¡ lo cual no es un ideal! En tanto que estemos en la tierra y que las cosas estén organizadas como lo están hasta ahora, se necesitará dinero. Quizás en el futuro habrá más dinero, la moneda será el amor; sí, porque el amor es una moneda superior al oro. Pero aún es pronto para que la humanidad llegue a estas concepciones, y puesto que el dinero existirá· aún durante cierto tiempo, será necesario aprender a pensar correctamente sobre este asunto, para no caer nunca en las seducciones. Hay que saber cómo considerar las cosas, eso es todo. No es malo tener dinero. ¿Cómo ayudaréis a los demás si no tenéis dinero? Tenéis amor en el corazón, está bien, pero materialmente nada podéis hacer para los demás si sólo tenéis vuestro amor... Estoy a punto de hablaros como si os debiera persuadir, pero no debo preocuparme en cuanto a eso, está muy clareen vuestras cabezas: todos" vosotros estáis de acuerdo en que hay que tener dinero. Sí, pero la cuestión está en cómo comportarse con el dinero, en cómo empleado. Si dais dinero a alguien que no domina sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, lo primero que hará será usado para abusar de él hasta arruinarse. Con este dinero va a destruir a todos sus enemigos, obtener todas las mujeres, etc. La cuestión no está en el dinero, éste sólo os da la posibilidad de satisfacer vuestros deseos, y si hay malos deseos en vuestro corazón, no es el dinero el culpable de esto. Tomad cualquier cosa, el petróleo, el carbón, el gas... Podéis disponer de ellos para destruir o para construir. Y si los utilizáis mal, no son estos objetos los culpables, sino vosotros que no tenéis nada bueno en vuestro corazón. La conclusión que podéis sacar es que primeramente debéis transformaros a vosotros mismos para llegar a serviros del dinero y de todo lo demás, sólo para vuestra elevación y para el bien de la humanidad. El día en que lo logréis, aunque tengáis muchos millones, no sucumbiréis, no caeréis en el infierno, sólo realizaréis las obras sublimes que soñasteis siempre. No hay que dar dinero a la gente débil, pasional, eso se entiende. Pero si dais dinero a los Maestros o a los Iniciados, sólo harán el bien. Así pues, es el hombre el que debe mejorarse, y dejar que el dinero desempeñe el papel que le toca; e1 dinero no es degradante. Cuántas veces he oído a la gente lamentarse: «Ah, el dinero es la causa de todas las desgracias.» Hablan así cuando no lo tienen, todo es distinto cuando lo tienen. Así pues, ante todo son estúpidos al no ver la verdadera causa de las desgracias. Y en segundo lugar son deshonestos. ¡Dos defectos terribles! Hay que decir solamente: « ¡Ah! el dinero es muy, muy necesario, maravilloso ¡pero con la condición de que no me arrodille nunca ante él!» Si sólo os concentráis en el dinero, sacrificáis todo lo que hay de hermoso en vosotros. E incluso cuando lo tengáis, habréis destruido ya las mejores cualidades que os permitirían sentir las alegrías y los placeres que la riqueza puede procurar. No los sentiréis más. Es esto lo peligroso: tendréis todo lo que querréis, pero os sentiréis desgraciados, porque habréis destruido en vosotros las mejores sensaciones, algo que hacía que todo lo que gustabais, tuviese los sabores más exquisitos, más sutiles. Esta es la gran desgracia: tener las posibilidades de obtenerlo todo, de saborearlo todo, y ya no sentir placer por ello. Naturalmente, es terrible no tener ni dinero, ni nada. Pero si hay que escoger entre las dos situaciones: poseerlo todo y haber perdido la capacidad de apreciar las cosas, o por el contrario no tener nada y conservar el buen gusto, es preferible la segunda, porque cuando tenéis paladar, con lo más insignificante que cae en vuestra boca, estalláis de alegría y de felicidad. Si hay que escoger, hay que escoger el buen gusto, porque el buen gusto está también unido a la salud. Naturalmente, es mejor tener las dos cosas: el dinero y el buen gusto. Si veo a alguien que está interesado en darme dinero, os aseguro que no voy a enfadarme. Pero no he consagrado mi vida a tener dinero; si me viene no lo rechazo, ya os lo he dicho, no lo desprecio, ¡pero abandonar mi trabajo para ir a buscarlo, no! Poder conservar el buen gusto, esto es lo esencial. Pero este gozo de las cosas, sólo lo puede dar la luz. Cuando encontréis la luz, cualquier cosa que hagáis: que comáis, que trabajéis, que os paseéis, sentiréis que todo adquiere un gusto especial, delicioso. Si no trabajáis con la luz, si no entendéis lo que es la luz, no comprendéis nada de la vida. Todo está contenido en la luz; ella es la que ha creado el mundo, ella es la causa del universo. La luz es un espíritu, un espíritu que viene del sol... Cada rayo es una fuerza formidable que penetra por todas partes en la materia y trabaja sobre ella. Si hay un campo a profundizar, es el de la luz: lo que es, cómo trabaja y cómo debemos trabajar también nosotros con ella. El que abandona la luz para ocuparse del dinero, de los negocios, no está en el buen camino, porque el oro que buscano es otra cosa que la condensación de la luz. Sí, el oro es una condensación sobre la tierra de los rayos del sol, reunidos, trabajados por las criaturas que están bajo la tierra. Si hacéis tal honor al oro, al dinero, olvidando la luz, ¿qué ocurre? Olvidáis al padre, olvidáis la causa de todo... Olvidáis por decido así, la dueña de la casa y os fijáis en la criada o la sirvienta, que depende de la dueña de la casa. Entonces, evidentemente, cuando ésta se da cuenta, os cierra la puerta, diciendo: «Es a mí a quien debíais mostrar respeto, a mí a quien debíais dar vuestro amor. ... Pero os habéis olvidado de mí y vais a abrazar a la criada, a la cocinera, allá abajo... Muy bien, ¡ todas las puertas se os cerrarán! » Tenemos dinero y con este dinero abrimos las puertas físicas; pero las otras puertas, las puertas de la paz, de la felicidad, de la alegría, de la inspiración, de todas las cualidades y virtudes permanecen cerradas: ¿De qué puede serviros el tener todas las puertas abiertas si las puertas del santuario están cerradas? Coméis, os paseáis, trabajáis sin ánimo, no sentís ninguna alegría: las puertas espirituales están cerradas. He aquí lo que es comprender la vida y los valores de la vida de forma errónea. Hay que rendir homenaje y amor a la dueña de la casa, a la princesa, y todos los demás estarán a vuestro servicio. La princesa dice a sus sirvientes: «Id, traedle comida y bebida, dadle vestidos, una habitación... » y todos responden: «Sí, Majestad ... sí, Princesa» El oro es la sirvienta a la que se quiere tanto sin pensar de quién depende. El oro depende de la luz del sol, es él quien lo ha formado. Hay que amar por lo tanto en primer lugar a la luz y el oro acudirá enseguida, os seguirá. Cuando salgáis con la princesa, todos los demás estarán detrás para serviros. Mientras que si ponéis el oro en vuestra cabeza, os obnubila y ya no veis nada. Si la idea del dinero entra en vuestra cabeza, se ha terminado, no veis nada más: ni la belleza, ni el esplendor, ni la inteligencia de la creación. Diréis: «Pero ¿qué nos está contando? Se necesita dinero.» A quién lo decís, sé muy bien que el dinero es necesario: pero no hay que metérselo en la cabeza, no hay que tenerlo como guía, como ideal, y basar en él el sentido de la vida. Como medio, como instrumento, como posibilidad, sí, pero el ideal debe ser otra cosa; el ideal debe ser la luz, el fin debe ser la luz. No dejéis nunca que el dinero se convierta en vuestro guía, es un servidor magnífico, pero un mal guía, y os dará consejos terribles que os apartarán del Reino de Dios. Pensad pues en la luz, porque si tenéis la luz llegaréis a curaros, llegaréis a dominaros, a comprenderlo todo en la vida, e incluso el oro irá hacia vosotros. Pero si no tenéis luz, habrá siempre otras personas más inteligentes que tomarán lo que tenéis. ¡Cuando se hacen tonterías, ya se sabe...! Pero el mundo entero se instruye en sitios tan vulgares, que se oye siempre repetir: «Pasta, pasta, ¡dadme pasta y lo tendré todo!» Ah, esta lección todo el mundo la conoce, pero la que yo conozco, muy pocos la saben, y por lo tanto tenéis interés en venir a mi tienda. Pues sí, porque yo también tengo una tienda. ¿Y qué se vende en ella? Lo vais a ver. Había una vez un rey que paseaba por el mercado ... Ahora los pobres reyes están limitados, y ya no pueden pasearse por los mercados, pero en el pasado era posible, el rey podía pasear por el poblado y sus vasallos iban a presentarle sus reclamaciones, sus dificultades ... Así pues, este rey se paseaba por el mercado; estaba mirando las vitrinas de los comerciantes cuando oyó gritar: «Vendo sabiduría, vendo sabiduría ... » El rey se aproximó: «Entonces, ¿ tú vendes sabiduría? pero ¿ por cuánto la vendes? - La hay por cien escudos, por mil escudos y por diez mil escudos. - Pues bien, dámela por diez mil escudos. - Por diez mil escudos he aquí lo que hay: Hagas lo que hagas, piensa en las consecuencias. - ¡Oh! ¿Solamente eso? ¡Sí, solamente eso! » El rey rió, pagó por esta sabiduría y partió repitiendo para divertirse: «Hagas lo que hagas, piensa en las consecuencias»... Cuando llegó a palacio ya no pensó más en ello. Después, de golpe, recordó la frase: Hagas lo que hagas, piensa en las consecuencias... «Ah, dijo, qué raro es ese filósofo»; pero, he aquí que al día siguiente, el rey tenía una importante reunión de ministros. Antes de la reunión, su barbero llegó para afeitarle. El rey ya tenía el mentón enjabonado y el barbero se aproximaba con la cuchilla, cuando, de pronto, el rey se acordó de la sabiduría que había comprado la víspera. Mira al barbero y para divertirse le dice: «Hagas lo que hagas, piensa en las consecuencias... » ¿ Y qué vio? El barbero palideció y cayó a sus pies diciendo: «Oh, piedad señor, yo no soy el culpable, sino los ministros que me han forzado.» El rey, estupefacto, comprendió que debía haber algo turbio y aparentó estar al corriente de todo: «Lo sé todo, pero cuéntamelo exactamente. Pues bien, he aquí que al afeitaros, os tenía que cortar el cuello con la navaja. Tengo familia e hijos y me he visto obligado a aceptar porque me han amenazado. - Bueno, dime quién. - Majestad, os lo diré, pero prometerme que no me vais a matar.» Os podéis imaginar el final de la historia... Pero ved cómo gracias a la sabiduría que había comprado, el rey salvó su vida. También yo tengo una tienda. Sólo que mi sabiduría es gratuita. Y ved lo que os digo hoy: situad la luz por encima de todo, acercaos a ella y seréis salvos. Ahora, oíd aún dos palabras respecto a la sirvienta, puesto que la hemos mencionado hace poco. ¿Qué hace la sirvienta o incluso la dueña de la casa cuando no tiene sirvientes? Cada día se ve obligada a lavar, a limpiar, a sacar el polvo, a ordenar y a arreglar la casa, colocando algunas flores para hacerla más agradable. Pero los humanos no han comprendido el sentido de lo que hacen cada día. Para mí, es un lenguaje, es el libro de la naturaleza que me gusta mucho leer y que interpreto. Dado que cada cual debe ocuparse de limpiar, ordenar y armonizar su propia casa, ¿por qué no limpiar y poner en orden la propia vida interior cada día con la misma paciencia, la misma regularidad, la misma tenacidad? He ahí, mis queridos hermanos y hermanas, la comprensión que normalmente falta en los humanos: se concentran solamente en el lado físico, sin ver que la limpieza, el orden, deben existir también en la vida mental, que es ahí donde hay que acostumbrarse a poner orden y armonía cada día, infatigablemente, entrar un poco en sí mismo y decir: «Veamos, ¿qué es lo que no funciona?» Y todo lo que está desplazado, fuera de sitio, volverlo a su lugar, no dejar que las cosas nos arrastren, que el polvo se acumule, pues entonces llega un día en que ya es demasiado tarde para remediarlo. Cada día, varias veces al día, hay que intentar restablecer el orden, la paz y la armonía en sí mismo. Los que no lo hacen, nunca dominarán la situación. Cuando una tempestad, un bombardeo o un terremoto causan destrucciones, enseguida se reparan los destrozos producidos. Entonces, ¿por qué no hacer lo mismo cada día, interiormente? Interiormente, hay siempre un poco de tempestad, un poco de lluvia, algunos bombardeos o agujeros por donde los ratones pueden entrar. Hay pues que recomenzar siempre por tapar, limpiar, arreglar echar un vistazo dentro de sí y decirse: «Ah, hoy mis pensamientos, mis sentimientos, no marchan bien, tengo que hacer algo... Pero no hacemos nada... N o hacemos nada porque no estamos instruidos en estas verdades de la Ciencia iniciática, o incluso si se está instruido, nos burlamos de estas instrucciones. Y sin embargo, son prácticas que dan posibilidades de gobernar a todas las células, porque hemos comprendido, porque hemos sido conscientes, porque nos mantuvimos fieles, un día todo se arregla, todo marcha conforme a nuestra voluntad. Pues sí, durante los bombardeos, se ha visto como los soldados, los bomberos, salían para apagar el fuego, reparar los puentes, etc.... Esto se hace, es normal, esto ocurre así. Pero en el plano interior no se sabe qué hacer. Ahora veis por qué tres veces, cuatro veces, cinco veces, diez veces al día, intentamos concentramos para remediarlo todo. Si hay una voz dentro que grita demasiado fuerte, hay que decirle: « ¡Cállate, vete a sentarte y escucha!» Hacedlo hasta que lo logréis y cuando al fin lo hayáis conseguido, os sentiréis orgullosos. Pero si lo dejáis todo, esperando que las cosas se arreglen solas, la tranquilidad puede ser que llegue dentro de algunos años o quizás que no llegue nunca. Entonces, ya veis qué conclusión tan interesante se puede sacar de esta metáfora de la dueña de la casa y de la sirvienta.
Bonfín, 18 de Julio de 1978.
«Los pobres no saben utilizar la pobreza como el mejor medio de evolucionar, se rebelan. ¿Por qué? Porque quieren tener el dinero de los ricos. Aparentemente están escandalizados por la riqueza, pero en el fondo la desean con todas sus fuerzas. Y si los ricos comprendieran mejor la situación, lo repartirían todo entre los pobres y los pobres rechazarían estas riquezas diciendo: « ¡No, no queremos nada, estamos tan bien así!» Si tuvieran realmente la luz, los ricos querrían despojarse y los pobres no querrían tener nada más que lo que tienen. Así pues ahora, para estar salvos, los ricos deben encontrar a los pobres y decides: « ¡Os lo suplicamos, tomad!» Y los pobres responder: « ¡Ah, no, de ninguna manera!» Diréis que todo está al revés. Pues sí, es así como vamos a enderezado todo.»
Los ricos que ofrecen sus riquezas a los pobres, y los pobres que se niegan a aceptadas. Todo el mundo lo encontrará ridículo. Entonces, ¿por qué lo he dicho? Seguramente para divertirme y para divertir a los demás... Pero si tenéis paciencia vais a oír una explicación muy interesante.
Los ricos y los pobres ¿acaso han aprendido a qué se debe su estado?
¿Por  qué  unos  son  ricos  y  los  otros  son  pobres?  Si  preguntáis  a  un sacerdote, os responderá que es la voluntad de Dios. ¿Y por qué razón los ricos merecen tener riquezas y los otros están privados de todo? Esto no está claro porque se ha rechazado la reencarnación que da explicaciones para cada estado, cada situación: los que son ricos ahora han trabajado de una forma u otra en las encarnaciones anteriores para tener estas riquezas. Está dicho en la Ciencia iniciática que todo lo que pidáis, lo obtendréis algún día. Tanto si es bueno como si es malo, lo obtendréis. El Señor da a todos los que piden, y si después se rompen la crisma, El no es responsable. Si pedís fardos y os sentís enseguida aplastados bajo su peso, no es culpa del Señor. Es terrible el no conocer las consecuencias remotas de lo que pedís. Si supierais por adelantado cómo pueden desarrollarse las cosas y que una vez realizados vuestros deseos vais a estar enfermos o a sentiros desdichados, no pediríais que estos deseos fuesen satisfechos. Por ello, en la Ciencia iniciática, el discípulo comienza por aprender que existen cosas que hay que pedir, y otras que no hay que pedir.
Pero que los ricos hayan llegado a ser ricos porque han desarrollado ciertas cualidades, y que han trabajado para obtener estas riquezas, esto es seguro. Porque la leyes verdadera. Diréis: «Sí, pero se han servido del engaño, de la violencia, de la falta de honestidad, de las mentiras.» Es posible, pero incluso sirviéndose de estos medios, estaba escrito que obtendrían la riqueza, porque lo han hecho todo para obtenerla. Evidentemente, lo que no se ha dicho, es si conservarán mucho tiempo estas riquezas, ni si estarán satisfechos, en la paz y la alegría. Pero tendrán lo que han pedido. Han triunfado, pero lo que desconocen precisamente, son las consecuencias. Naturalmente, todos los ricos han llegado a serio por engaño y por falta de honestidad; algunos han llegado a serlo por su trabajo esforzado, o por herencia, o por suerte, gracias a un descubrimiento... No podemos detenemos en cada caso particular.
El  problema  judío  es  el  mismo.  La  mayor parte  de  los  asuntos importantes están en sus manos. ¿Quién les ha llevado hasta ahí? Los cristianos. En su ignorancia y su odio, los cristianos han perseguido a los judíos, y todas estas persecuciones les han empujado a desarrollar cualidades excepcionales para poder desenvolverse en medio de las peores condiciones. Naturalmente, una práctica como la circuncisión (que está basada en una ciencia milenaria), por las modificaciones que produce en el funcionamiento de las glándulas endocrinas, ha contribuido a hacer evolucionar a los judíos en una cierta dirección. Pero han sido los cristianos los  que,  sin darse cuenta, han empujado a  los  judíos a  convertirse en habilísimos hombres de  finanzas,  y ahora  ellos  son quienes dirigen el mundo. Naturalmente hay cristianos, y también musulmanes, gracias al petróleo, que se han convertido en inmensamente ricos, pero ninguno tiene las capacidades y esta inteligencia especial de los judíos. Así pues, lo que poseen, de alguna u otra forma merece poseerlo.
Ahora  hablemos de  los  Iniciados... Los Iniciados no  quieren ser ricos, porque su fin no consiste en asentarse en la tierra, ni dominarla. Un Iniciado quiere ante todo convertirse en luz, en esplendor, por ello no quiere cargas que le impedirían consagrarse al trabajo divino. Un Iniciado quiere ser libre, desprendido, para poder trabajar sobre sí mismo, sobre los demás, por eso avanzan, se refuerzan, llegan a ser unos tipos formidables, porque precisamente no tienen ninguna carga. No tiene que guardar su dinero de los ladrones, ni inquietarse por la baja de las acciones en la bolsa, por la caída del franco o del dólar. He ahí por qué todos los que corren locamente tras las riquezas son los necios que no han comprendido que su alma terminará en el vacío. ¿De qué sirve querer tragarse el mundo entero?
¡Si aún se sirvieran de sus riquezas para ayudar a los jóvenes más dotados que podrían convertirse en artistas o en sabios extraordinarios!... Pero no, lo guardan todo para sí, no ayudan a nadie, sólo piensan en abrir sucursales por todas partes, en arruinar a sus competidores... Y como no conocen las leyes,  no  saben que  cuando  vuelvan de  nuevo  a  la  tierra,  serán  unos vagabundos.
Sí, porque todos esos vagabundos que nos encontramos, con frecuencia son reencarnaciones de hombres muy ricos que, en una encarnación anterior se mostraron egoístas, duros, avaros. Hay que ser rico, sí, pero para ser útil, no para arruinar a los demás y destruirse a sí mismo.
¡Cuánta gente hay así, que gracias a su dinero, tiran demasiado de la cuerda y hacen cosas innobles! ¡Si supieran el porvenir que se están preparando! Pero este tipo de personas se burlan de todo esto, tienen otras preocupaciones. Por eso el mundo invisible decidirá retirar el tablón sobre el que están colocados y les dejará hundirse. Y todos se hundirán, el tiempo se   acerca...  El  mundo  invisible  da  a   cada  uno   la   posibilidad  de manifestarse, y todo se va anotando hasta el día en que, habiendo dado suficiente rienda suelta a sus tendencias más inferiores, se le juzga. ¡Y las leyes son terribles! Esto es lo que no saben los humanos. Viven en las tinieblas e inc1usocuando vienen los Grandes Maestros a instruirles, no les creen, les rechazan.
Todos  estos  Grandes Maestros, estos  Grandes  Iniciados  que  han consagrado su existencia a encontrar la verdad, que se han sacrificado, que han  dado  pruebas  de  su  desinterés,  de  su  grandeza,  de  su  bondad, ¡evidentemente la gente piensa que se equivocan! Mientras que los idiotas, los necios, los criminales ¡se creen en posesión de la verdad...! No, mis queridos hermanos y hermanas, de ninguna manera, y os mostraré que no sabemos leer en el libro de la naturaleza viva, que no hemos aprendido a leer de la vegetación, de las montañas, de los lagos, de los animales, de los hombres. He ahí un ejemplo entre millares de otros: a la salida del sol, ¿cuáles son los lugares que reciben primero sus rayos: los abismos o las cimas de las montañas? ... Pues sí, las cimas de las montañas.
Así pues, los seres más puros, los más nobles y elevados son los primeros que ven, que cantan las verdades; y no se sabe cuántos siglos después  los  necios  aprenderán alguna cosa.  Esta imagen de  las  cimas iluminadas por los primeros rayos de sol es una enseñanza. La naturaleza está  ahí,  ante  nosotros,  hay  que  saberla  descifrar,  interpretar,  y  si  lo hacemos no nos equivocaremos nunca. La mayoría de humanos desprecian este libro, y por eso están sumidos en errores y aberraciones.
A todos los que quieren comerse el mundo, id a verles algún tiempo después, ¡en qué estado han quedado! Se preparan para terminar en las clínicas y los asilos, porque su sistema nervioso no puede soportar estas tensiones. Se imaginaban que la riqueza les daría la seguridad, el placer, el poder, y es verdad que los da. Pero desgraciadamente también da otra cosa. Están constantemente atormentados e interiormente no tienen dónde acogerse. Mientras que los Iniciados, que sólo desean la luz, el amor, la pureza, viven en la plenitud. Les basta tener un poco de comida, techo y vestido, y el resto del tiempo no se preocupa de otra cosa que de ayudar a los humanos. No hay seres más felices que ellos. Y en lugar de imitarles, todos aquéllos que son pobres se lamentan y pasan el tiempo envidiando a los  ricos.  No  han comprendido que  la  pobreza  les  da  las  condiciones espirituales idóneas para descubrir otro mundo, para consagrarse a un ideal sublime. Son libres, pero como no saben utilizar su libertad, no son mejores que los ricos, también ellos son dignos de compasión.
Naturalmente, jamás los ricos dirán a los pobres: « ¡Os lo suplico, tomad!» Ni los pobres responderán: « ¡Ah, no, de ninguna manera!» ¡Esto resulta cómico! Pero nos muestra que el rico está tan aplastado bajo el peso de sus riquezas, que tiene necesidad de descargarse un poco. Mirad cómo camina, tan curvado, con las manos en la espalda; maquinalmente hace cálculos con sus dedos, y como no mira lo que está delante suyo, tropieza y se cae. Y un pobre que sea idealista, camina con la cabeza en las nubes, no ve dónde pone los pies y cae en un precipicio. Así pues, esto no es mejor que lo otro. Hay que ser razonable y saber caminar mirando al mismo tiempo hacia arriba y hacia abajo. Esta forma de andar contiene una formidable filosofía.
En realidad, si los ricos tuviesen el deseo de llevar una vida más sensata, más equilibrada, decidirían desprenderse un poco de sus cargas. Pues sí, y los pobres, encontrándose muy bien como están, no deberían sentir el deseo de sobrecargar con ellas. Y yo, me encuentro en el mismo caso. Incluso si un multimillonario viene a decirme: «Ten unos cuantos millones», le responderé: «No, no tengo necesidad de ellos. Dadlos a la Fraternidad si queréis, pero personalmente quiero ser libre y continuar mi trabajo.» Me siento el hombre más rico ¿por qué debería empobrecerme? Pero la gente no comprende nada: la verdadera riqueza ¡consiste en ver claro y estar en paz! Porque ¿qué es esta riqueza que se obtiene en detrimento de todo lo que tenemos de más valioso? La verdadera riqueza, proviene de  los  pensamientos y sentimientos, porque se  puede repartir también a los demás sin empobrecerse nunca a sí mismo.
Está bien el tener riquezas materiales, pero con la condición de que no os roben vuestra libertad. Ya he explicado esta cuestión en otra conferencia. Los fariseos y los saduceos que querían encontrar un pretexto para que Jesús fuese condenado, le presentaron este dilema: « ¿Hay que pagar el impuesto al César?» Jesús, tomando una moneda en sus manos, preguntó: « ¿De quién es esta imagen? - Del César. - Dad pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.»

Desde hace dos mil años, los cristianos citan esta frase, pero no han sabido jamás cuánto debían dar al César y cuánto al Señor; y entonces llego yo, el loco, enciendo unas ramas que se queman, y digo: «Mirad: primeramente  hay  llamas...  después  gases,  aunque  menos...  después vapores, todavía menos. Pero todo eso se va y sólo queda un puñado de cenizas. Pues bien, es esta ceniza la que vuelve al César, porque vuelve a caer en la tierra.» César es esto: la tierra; César está aquí... Y las llamas, los gases, los vapores que ascienden hasta el cielo, pertenecen al Cielo. Entonces, ved: hay que consagrar las tres cuartas partes de nuestras posesiones, de nuestras actividades, de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos al Señor, y una cuarta parte al César. Está claro. Mientras que en lugar de eso, guardamos todo para el César y nada para el Señor. Es por eso por lo que los ricos serán castigados, y si no es en esta encarnación, será en la próxima. Diréis: «Pero no me importa si me castigan en la próxima encarnación, prefiero tenerlo todo en ésta.» Pues bien, sois estúpidos al razonar así.
Personalmente, siempre he dicho: si me vienen a ofrecer toda la tierra pidiéndome que renuncie a mi trabajo, no lo aceptaré. Porque sin estas actividades espirituales, estaría muerto, la vida no me apetecería ya. Así pues diré: «Guardaros este dinero y dejadme donde estoy.» Sí, esto lo digo ante el Cielo y me escucha. Pero ¡cuántas personas se han dejado comprar enseguida! He ahí por qué los ricos sólo creen una cosa: que lo pueden comprar todo. Por otra parte es verdad: compran las convicciones, los sentimientos, las conciencias... Si pudieseis saber lo que ocurre por todas partes, veríais el poder del dinero. El oro es todopoderoso en la tierra. Sí, pero no tiene ningún valor en lo alto. Hay otras cosas todopoderosas en lo alto, pero no el dinero. Y he ahí por qué, mis queridos hermanos y hermanas, si tenéis por ideal el convertiros en criaturas extraordinarias, tenéis que  rechazar cada  vez  más  ciertos  compromisos, ciertas cargas, sabiendo que si no las rechazáis, perderéis de vista vuestra libertad.
Hay que saber renunciar, toda la sabiduría está aquí. Pero en todos los terrenos se diría que la gente no tiene otro deseo que convertirse en esclavo. Hace algún tiempo una mujer vino a pedirme si le aconsejaría volverse a casar. ¡Se había divorciado ya seis veces, y me pedía si debía casarse por séptima vez! Yo estaba estupefacto y le dije: «Pero, querida señora, ¿qué hacéis con vuestra libertad?» He aquí que la libertad la molestaba, necesitaba casarse, sentirse desgraciada, divorciarse continuamente... ¿Por qué no apreciar la libertad para emprender nuevas actividades más espirituales? Pues no, se tiene siempre la necesidad de estar atado y las nueve décimas partes de vosotros estáis en este caso: la misma mentalidad que los ricos. En lugar de liberarse para consagrarse a fantásticos   descubrimientos,   irán   a   la   búsqueda   de   situaciones   u ocupaciones que van a enterrarles y no descubrirán nada sobre la verdadera riqueza.
Personalmente, he pasado la mitad de mi vida en la pobreza y las privaciones de todo tipo, y eso me ha permitido el hacer muchas experiencias y ejercicios. Todos piensan que si tuvieran un laboratorio en alguna parte, podrían investigar. No saben que tienen dentro de sí el mayor laboratorio y el mejor equipado: su ser entero, y que pasean este laboratorio por todas partes con ellos. Personalmente, cuando comprendí que tenía este laboratorio, hice millares de experimentos y aún ahora continúo. Mientras que si hubiese sido rico, quizás hubiera llevado una  vida tremenda de placeres y libertinaje. ¿Por qué no? Es a eso a lo que os empuja la riqueza. Por lo menos, si no sois ricos, estáis protegidos. La riqueza es una gran tentación, hay que ser muy fuerte para llevar, en medio de la opulencia, la misma vida espiritual que se seguiría si no se tuviese nada. ¿Por qué creéis que los ermitaños iban a vivir en los desiertos o se pedía a los monjes el voto de pobreza? Se hacía porque la riqueza no es la mejor condición para alcanzar la verdadera vida espiritual, que exige tanto renunciamiento y tantos esfuerzos interiores.
No oculto mi ambición de convertirme en el hombre más rico de la tierra. Quiero ser el más rico... pero espiritualmente. Diréis que es una ambición desmesurada. No, es un derecho que el Señor nos ha dado a todos el llegar a ser riquísimos, inteligentísimos, poderosísimos. Es incluso una orden,  un  mandamiento, porque  Jesús  ha  dicho:  «Sed  perfectos  como vuestro Padre Celestial es perfecto.» El Señor es el más rico, el más sabio, el más hermoso, el más poderoso, el más noble, el más puro, y tenemos el derecho - e incluso el deber - de llegar a ser como El. Entonces yo, quiero llegar a ser perfecto. Tengo este derecho, el Cielo me lo da. Los que se pondrán furiosos son  los  humanos estrechos e  ignorantes. Dirán: ¡Qué orgullo! No, querer llegar a ser perfecto no es orgullo, es otra cosa...
¡Ved qué cambios se producen cada día en vuestra forma de pensar!

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